«El laberíntico camino de la humana historia, en incesante búsqueda de la perdida inocencia»
María Zambrano
La terapia con mascotas, también llamada zooterapia, está en pleno auge de evolución en nuestra sociedad. Investigaciones llevadas a cabo en diversos campos de la salud física y psíquica en seres humanos nos muestran y confirman los positivos efectos que tiene, en los distintos pacientes tratados, la relación con un animal.
La zooterapia queda enmarcada en el campo de las terapias alternativas y en ella se trabaja entre otros animales con caballos, gatos, delfines o perros como elemento sanador.
Cuando leo temas que versan sobre estos asuntos me formulo repetidamente la misma pregunta: ¿Por qué necesitamos a los animales?…
Es probable que esto sorprenda pero todos tenemos la impresión de que las personas somos menos felices de lo que podríamos llegar a ser. La infelicidad, la depresión o la ansiedad no son hechos extraordinarios en nuestra sociedad.
Si observamos nuestro tejido social vemos múltiples paradojas que lo confirman:
En una sociedad, la nuestra, de opulencia y saturación de posesiones materiales cientos de perros adiestrados para la asistencia desempeñan una labor de inestimable valor ayudando y acompañando a personas con alteraciones psíquicas o minusvalías físicas. En una sociedad, la nuestra, de múltiples distracciones y carísimos placeres cientos de perros acompañan la vida cotidiana y sencilla de sus propietarios aportándoles grandes beneficios afectivos y profundos momentos de felicidad.
Vemos que la vida humana, en esta sociedad avanzada, ha perdido su orientación natural . Esto significa una grave amenaza para el bienestar del conjunto afectando a la calidad de la persona y poniendo en peligro su felicidad.
Y la búsqueda de la felicidad es, invariablemente, el afán de cada nuevo día.
Una visión sesgadamente económica y material, estrictamente utilitarista, confunde la profunda realidad de las experiencias que nos dan gozo y alegría con simples «placeres».
Se hace menester, de manera urgente, distinguir entre lo que llamamos «placeres» en nuestra sociedad y la verdadera felicidad. Tenemos dificultades para conocer lo que nos hace felices porque la sociedad tiene ya determinado lo que considera deseable para sus miembros. Estos placeres predeterminados pueden no ser fuente de felicidad para la persona concreta. Siempre me ha sorprendido que las personas anhelen cosas que en realidad no desean y no les hace felices. Estos falsos placeres falsifican la percepción de la realidad y ejercen una fuerte presión sobre el individuo y su proyecto vital . Las personas buscan y luchan -a veces entre ellas- por realizar cosas que en realidad no desean y en último término no les aporta felicidad.
¿Por qué cuando llegamos a cotas tan altas de confusión, insatisfacción e infelicidad volvemos a mirar al animal buscando su ayuda?
¿Por qué esta sociedad saturada de objetos y experiencias vuelve hacia ellos buscando su compañía estable en los hogares?
La terapia con animales da, incluso en los casos más comprometidos de salud psíquica del ser humano, excelentes resultados demostrando que la compañía de un animal vuelve a recomponer la esperanza del paciente, la solidez, la estabilidad en sí mismo y los deseos de disfrutar de la vida. ¿Por qué necesitamos, en estos extremos lugares del laberinto humano, la compañía de los animales?
Hay un hecho innegable: El animal, no habiendo perdido el contacto íntimo con su naturaleza, se expresa desde una vida plena y rotunda. Su voluntad y afecto, como fuente que mana, es expresión fontanal -no superficial- de la vida que irradia desde él. De esta manera las criaturas ayudan a la persona facilitándole el contacto más profundo consigo misma.
Pero el animal, no nos equivoquemos, no es una pieza anecdótica o mojigata en nuestra vida. El animal no es una simple mascota, con frecuencia entendida, como elemento más que se suma a los objetos diarios de nuestro ambiente humano y urbano. El animal es un elemento plenamente activo en nuestra sociedad. Son criaturas llenas de vida, cargadas de experiencia, de sentido y de reciprocidad. El animal es una verdadera escuela que afecta directamente a la raíz de la persona transformándola.
Con frecuencia me queda esta honda impresión de injusticia, -de no reconocimiento-, con relación a la naturaleza profunda del animal. Una reflexión que nace de la observación de que no aceptamos -anterior aún «no percibimos»- » lo que el animal es», su viva realidad. Los animales están ahí -por doquier en nuestra sociedad- al alcande de toda percepción sensible, produciendo un placer vivísimo y auténtico a la observación. La sencilla contemplación de su movimiento dilata la vida humana, la enriquece, la expande y la orienta hacia lo esencial. La simple mirada ensimismada de un animal aporta un gozo estético elevando, con su singular presencia, al observador.
Este gozo contemplativo, este placer fresco y vivo es cualitativamente distinto y con unos efectos sobre el proyecto vital de la persona radicalmente diferente a todo placer preestablecido. La sencilla observación condición necesaria de la vida, lleva cuando observamos un animal, a una de las mayores experiencias de belleza y transformación.
Los animales nos enseñan a vivir.
Investigaciones llevadas a cabo por la zooterapia con pacientes con alteraciones psíquicas y minusvalías físicas nos confirman que esto es así.