El pensamiento en nuestro país ha dedicado muy pocos, de sus recursos intelectuales, a comprender lo que el animal es y lo que trasciende a la naturaleza humana en su contacto con ella.
Se nos ofrecen por doquier amplias explicaciones y documentales sobre la mecánica de supervivencia de las distintas especies. Estas narraciones y documentales de la vida de los animales están instaladas en lo propiamente zoológico y primario. Por otro lado se nos informa -información completamente necesaria- del trágico destino de muchos animales víctimas del maltrato humano. Se habla, puntualmente, de celebridades y azañas que algunas criaturas, especialmente canes, han llegado a hacer por sus dueños.
Todo ello es importante conocerlo pero ha quedado fuera de los estudios que versan sobre animales una realidad decisiva: lo que enriquece y fomenta la vida de la persona que convive con ellos.
Se hace necesario por ello acceder a otros conceptos y categorías del pensamiento que nos hagan posible una profundización de la relación de la persona y el animal.
Desde la antigüedad la relación del ser humano con el animal ha estado instalada en la dualidad -dualidad de dependencia y dominio-. Bajo estas formas de vida primitivas el animal ha sido un factor de alimento y de trabajo. Eran estadios de la humanidad donde la correspondencia del animal y del ser humano estaba marcada por la importancia del vigor físico, por la defensa frente al adversario, la caza o la violencia. Una historia enmarcada en una concepción masculina y viril de las relaciones. Valores y principios vigentes que, más allá de la relación humano-animal imperaron durante milenios de un modo pleno en todo nuestro tejido social: la actitud de dominio frente a los demás. Los animales carecían de valor sustantivo y eran, sencillamente, un objeto para el hombre (un instrumento de trabajo o una fuente de alimento).
Se fue depositando durante miles de años una concepción de dominancia y brutalidad que se aceptó como lo más natural del mundo.
Pero todo modelo de relación es histórico y es un error considerar las formas sociales como realidades intrínsecas. Toda cultura es histórica y por ello completamente cambiante. En cada época social nos movemos con formas vitales y de relación establecidas que nos parecen naturales y fijas pero, muy al contrario, están sujetas a variación. El presente momento histórico, con más holgura para la supervivencia y más refinado en muchos sentidos, a dado paso a actitudes y conductas más abiertas y positivas. El animal aparece, en occidente, bajo otras formas interpretativas y con otras funciones de las del pasado.
Nace la noción de la mascota como un miembro activo en las nuevas familias y sobre su fondo de convivencia acontece algo excepcional e insólito: la función del animal como fomentador de la sensibilidad y generador de lo mejor que la persona tiene en su fondo. El animal como humanizador del ser humano.
Sería interesante que el pensamiento filosófico en nuestra sociedad comenzara a estudiar el papel del animal como estimulador de la ternura que la persona lleva dentro. La función del animal como generador de virtudes en desuso como son la compasión, la responsabilidad íntima, la paciencia, la receptividad o la bondad. Igualmente estudiar el papel del animal como despertador de sentimientos profundos como son la protección de la inocencia y la indefensión, de la dependencia y la fragilidad.
La relación afectiva con nuestra mascota, algo propio de este momento histórico, nos lleva a un nuevo orden de valores: La educación sentimental del ser humano a través de la convivencia con el animal. La tarea intelectiva, si queremos comprender esta relación, es abordarla desde nuevas categorías y conceptos que vayan más allá de la zoología para considerar al animal, también, como un instrumento de educación sentimental en nuestra sociedad.
Los animales son hoy una pieza importante para un nuevo orden de valores y para una incipiente ética social.
La convivencia con el animal se ha basado historicamente en una relación ruda de dependencia y dominio. En el presente momento histórico sucede algo tan maravilloso como paradógico: hoy la mascota, habiendo dejado su medio natural y «puesta» una situación de absoluta dependencia de sus propietarios, ejerce sobre ellos un dominio profundo y constante despertando en sus cuidadores una proyección absoluta hacia la humanización