Antes de hablar de pautas educativas,
hemos de observar nuestra relación y sentimiento para con el perro. Hemos de comprender, percibir y sentir que en el animal está un ser vivo, Tenemos junto a nosotros un pedazo de naturaleza no falseada, con una porción todavía importante de esencia natural. Y digo esto porque hemos de cuidarnos en no caer en el error de pretender hacer del animal un simulacro humano. La socialización de un perro no es nunca transmutar una naturaleza, es decir, convertir el animal en algo que no es.
Cuando observamos un animal, máxime si es un cachorro, nos percatamos de que posee una «gracia» innata. Esta belleza nos atrae como un imán y nos obliga a mirarlo y estar pendientes de cada movimiento. Hay en él una comicidad fresca, un encanto en cada expresión. Esta autenticidad hace que la magia de la vivencia no desaparezca en él, aunque se haga habitual.
La amistad con un perro ha de proteger, como un tesoro, esta frescura inocente. Por lo tanto la educación hay que considerarla aquí como un ARTE. Un arte que requiere mucho tacto y amor hacia el animal.
Digamos que el Amor, sería el pilar y punto de apoyo desde donde se transmiten las normas, o reglas, que harán más fácil la convivencia del perro con su propietario.
Por lo demás, expondremos aquí pautas muy generales : Los premios son mucho más eficaces que los castigos. Y es mejor, evidentemente, evitar las medidas punitivas. Por ejemplo, en procedimientos educativos como es la higiene en casa, de poco sirven los métodos tradicionales de untar el morro del animal o de proferirle gritos.
Lo conveniente es observar con insistencia al cachorro, para constatar el momento en el que va a defecar u orinar. En ese momento, y con la mayor rapidez posible, lo llevaremos a la calle o al lugar destinado a estos menesteres. Y, cuestión muy importante, siempre ha de ser el mismo sitio y el cachorro ha de ser premiado. El cachorro comprenderá en poco tiempo nuestro propósito.
La rapidez del aprendizaje no depende tanto del grado de inteligencia del animal sino fundamentalmente de una observación inteligente por parte nuestra. No hemos de olvidar que el castigo tiene siempre un alto riesgo. Las consecuencias que puede tener es que el perro se vuelva miedoso y pierda la confianza en sí mismo o en su dueño.
No cabe duda de que es más adecuado, en el aprendizaje de las reglas humanas y urbanas, que el animal «consienta» ajustarse a ellas desde su colaboración por encontrarse a gusto. Se requiere mucha paciencia para inculcar al perro algo que él todavía no ha hecho costumbre. Por ello la enseñanza se limitará al principio a unos pocos minutos (por ejemplo el acicalamiento), hasta que en el animal vaya arraigando el hábito de hacer lo que se le pide. Encontrar en la educación de nuestro perro el medio justo entre la disciplina y la amistad es un gran arte que nos hemos de proponer con amor y determinación.